Un concurso que saca La corteza a la madera
Para quien cree que todo se ha visto en esta Bienal, volvió la sorpresa con el Concurso de Lampiñeros que se realizó este martes a media mañana . Salió ganador del torneo, Ramón Ferreyra, de Laguna Limpia.
“En 31’ 8’’ Ramón Ferreyra, de Laguna Limpia lampiñó 4 troncos, batiendo el record de la edición anterior; “ estos hombres tienen plumas en las manos” dijo Fabriciano al entregar el Premio de Lampíñeros a este hachero que usó para la ocasión un hacha de mango corto.
Estuvo en estas lides contrincando con Miguel Ferreyra, Marcos Cáceres y Rubén Suárez.
Cabe aclarar que los troncos utilizados para el concurso son producto de decomiso.
Los concursantes –expertos en el hacha y acostumbrados a las inclemencia del clima chaqueño- tuvieron la ruda tarea de descortezar en el menor tiempo, un tronco de madera dura. Faena que exigió un ritmo con el hacha, un golpe certero, una concentración y naturalmente, un talento, un arte especial.
Oficio bien chaqueño
Es sabido que el Chaco tiene una profunda tradición maderera. Riqueza autóctona sus bosques de valiosos árboles cuyas maderas son muy preciadas.
La historia de esta provincia, estuvo marcada por la explotación inicialmente indiscriminada que tuvo a los hacheros –los primeros, paraguayos y correntinos- que en esos obrajes del temprano Chaco derribaban centenarios árboles y los trasladaban flotando por el curso de los ríos, hasta que la llegada del tren. Esa fue la principal industria de la reducción San Fernando del Río Negro, cuando llegaron los inmigrantes italianos para fundar la colonia Resistencia. Incluso, una corriente histórica otorga a estos hacheros el título de primeros pobladores del Chaco Gualamba.
El concurso
El hachero es un personaje protagónico y primigenio del poblamiento del Chaco y tuvo su espacio reivindicativo en la Bienal 2014 cuando arrancó el concurso que consistió en descortezar la madera en el menor tiempo posible.
Un verdadero espectáculo fue ver a los hacheros, no sólo en la dimensión de un oficio tan particular e invisible, sino en la mecánica de los movimientos, elegantes y diestros; arte del hombre del campo y del monte, un poco en extinción –como el afilador de cuchillos- pero que llegó con vitalidad y fuerza al presente desde la Bienal del Hombre Nuevo.