La Bienal, Marta Minujín y el Vuelo de Libertad
Casi como cierre de oro de la Bienal de Esculturas, se presentó este jueves en el Domo del Centenario la artista Marta Minujín. La amplia sala estuvo repleta de gente de todas las edades, pero con evidente predominio de jóvenes, lo que significa varias buenas señales: para ella porque quiere decir que su impronta (la de los años de 1960) sigue marcando rumbo en el mundo del arte contemporáneo y que ese rumbo es interpretado creativamente y con entusiasmo por una parte de las nuevas generaciones; por lo tanto, bien por la posición de Marta (inquebrantable) y requetebien porque su ejemplo moviliza a los jóvenes. Por otro lado, es una excelente señal de que los organizadores del concurso -la Fundación Urunday y quienes la apoyan- eligieron muy bien a quiénes presentar para festejar sus primeros treinta años de existencia.
Pero (así es la dialéctica), implica riesgos múltiples para los protagonistas. El primero, para el público, quien deberá entender los nuevos cambios y las nuevas tendencias y aprender las formas de influir en el desarrollo de las artes, ya sea como meros espectadores o comprometidos hacedores. Marta fue clara en esto: su reconocimiento mundial por todo lo que realizó no fue porque “se hizo la loca”, sino porque dejó fluir libremente la “locura” que todos llevamos adentro, y se hizo original; pero antes –y lo puntualizó varias veces- debió dormir mucho tiempo en el suelo; lidiar con necesidades básicas de sobrevivencia para no perecer, y darse el gusto de quemar (literalmente en su caso, como lo contó) todo lo que había hecho hasta ese momento, y con ello, todo lo que había aprendido. ¿Quiso decir que estudió en vano hasta sus veinte o treinta años las diferentes técnicas y expresiones artísticas para después negarlas y “cortarse sola”?. Todo lo contrario: dejó muy claro el mensaje de que estudió para aprender, y en base a ese bagaje de experiencias y saberes, recién tomó conciencia de sus límites y se sintió libre y creativa; con capacidad para alzar vuelo e inventar el mundo como ella lo deseaba. Muchos aplausos apoyaron comentarios como este, pero quizá no todos la entendieron. Porque en definitiva lo que dijo es que para volar hay que crecer; desarrollarse y experimentar. Que esa es la única manera de ser-artista-en-el-mundo, lo que descarta la mera informalidad como pose; o la falsa originalidad como careta para tapar las deficiencias personales o alentar las falsas modestias o fanfarronería.
A una edad hoy aproximada a la que tenía a fines de la década de 1960 la veterana y aún vigente María Fux (quizá más o menos la que tenía yo en aquel entonces, en Rosario, cuando asistí a un curso para jóvenes músicos que dictó esta bailarina) Marta Minujín me convenció –por lo menos a mí, ojalá a todos quienes escucharon sus palabras- de que es verdad y siempre se cumple aquella reflexión escrita de puño y letra por María Fux en una partitura que aún conservo y que jamás olvidé: “Sólo se puede volar si se pisa la tierra”. Bien por estas dos artistas que siguen volando e invitando a los demás a hacerlo. Y por supuesto, bien por la Fundación Urunday que promovió este encuentro. Este viernes cerramos el ciclo de cine con una película que muestra el “Partenón de los libros prohibidos” realizado por Mirta en Kassel, Alemania, en el marco de la “Documenta 14”. Comienza a la hora 20, y es para todos, con entrada libre y gratuita.
Jorge Castillo
Director del
Centro Cultural Ercilio Castillo